jueves, 18 de febrero de 2016

"Buscando herir mi insensibilidad"





Mis primeras andanzas con la literatura quizá fueron un tanto peculiares. Yo no escuchaba cuentos por las noches ni tampoco los tenía para descubrirlos, pero sí había poesía, arte y vinilos. “Las mejores poesías de la lengua española, del neoclasicismo al siglo XX”, este fue el primer libro que leí a muy corta edad, que aunque fuera una lectura ardua para una niña, recuerdo divertirme entonando e interpretando poemas junto a mi padre.


A medida que gané fluidez y comprensión lectora, vinieron los libros de la estantería del comedor. Enciclopedias de medicina y de la fauna y flora, la expedición en el Beagle de Darwin y todos los libros de arte, dibujo y pintura. Supongo entonces, que no es fruto del azar que sea un tanto hipocondríaca, que a veces quiera más a los animales que a las personas, que tenga ensoñaciones en las que viajo en busca de descubrimientos y que no haya otra cosa que me conmueva más que la belleza y la poesía del arte.


Ya no quedaba nada más por casa que pudiera leer y las instrucciones de la lavadora eran poco alentadoras, así que aprovechando las esporádicas salidas a los grandes almacenes, comencé a perderme en la sección de libros, y fue ahí donde vinieron los clásicos de Julio Verne, Juana Spyri, Swift, Roald Dahl… Y mi favorita, mí querida Alicia y el surrealismo de su país de las maravillas.

Los años pasaban y cada vez se notaba más la poca “literalidad” de mi personalidad, siempre ensimismada entre metáforas y paradojas. En esta transición las lecturas también me acompañaron, buscando en ellas horizontes más complejos. Fue en este momento cuando llegó el Principito, los mitos y leyendas sobre Dioses, los textos de teatro griego, Stephen King, los retorcidos relatos de Poe y, por supuesto, nunca perdiendo de vista la poesía de Benedetti, Cernuda, Vicente Aleixandre o Neruda.


No fue hasta hace unos años que descubrí el mundo de los cuentos infantiles y álbumes ilustrados y he de decir que me encanta leer cuentos como si fuera una niña. Sospecho que, como siempre, lo he hecho todo del revés; comencé leyendo cosas de mayores y ahora, a punto de los 26, me emociono con cosas de 6.

2 comentarios:

  1. Hay dos ideas que has planteado y que, a mi parecer, merecen un momento de reflexión. La primera es el hecho de que, en un principio, no tuvieras acceso a muchas lecturas; la segunda, que ahora leas y disfrutes libros infantiles.

    La primera da que pensar porque es habitual escuchar a la gente afirmando categóricamente que los niños tienen que tener una gran exposición a la lectura si queremos que se conviertan en lectores. Tu caso, como otros tantos, demuestra que esto no es cierto: si una persona tiene predisposición a la lectura, el hecho de que en su casa haya uno, diez o mil libros es irrelevante.

    La segunda es llamativa porque hay quien denuncia que algunas obras "son para niños" y que, por ello, son simplistas, sosas, facilonas... Esto no es cierto y, aunque lo fuera, no son indicadores de calidad. Si la historia te engancha, sea la que sea, ¿qué más da la "edad recomendada" que le hayan etiquetado? Yo recuerdo haber leído "El Clan del Oso Cavernario" con 11 años, y se trata de un libro muy denso, lleno de descripciones extensas, con pasajes eróticos... ¡pero a mí me gustó! En cambio, ha habido libros recomendados para esa edad ("Un agujero en la alhambrada", por ejemplo) que no fui capaz de terminar nunca. También está, como has señalado, el caso contrario: ¿hay alguna razón para que no disfrutes de "Un puñado de besos" siendo adulta?

    En fin... que los preconceptos sociales dan asquito, jejeje.

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  2. Estoy totalmente de acuerdo con Rocío. Me ha parecido muy interesante tu post, Fedra. Aunque no lo haya puesto en mi entrada, porque ya me pasaba de los caracteres recomendados, a mi también me encantan los libros infantiles y no creo que sea malo que un adulto disfrute leyendo de un buen álbum ilustrado. Un saludo!

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