Notas de voz,
ricas ilustraciones, estanterías repletas de cómics y colecciones de libros
infantojuveniles, juguetes de moda, muñecas de trapo, caridad fraternal. Esta
es la visualización diaria que recogen mis recuerdos más valiosos. Y en estos
se encuentra el inicio de mi identidad.
Nací en una
familia con gran pasión por el arte y por enseñar auténticos valores. Y es de
estos últimos donde empezó mi inicio lectoliterario. Recuerdo todas las noches
de mi infancia en mi cama, con la luz bien encendida y mis hermanos mayores a
mi alrededor, cantando, jugando y leyendo. Sin embargo, la reminiscencia
absoluta contempla mis primeras lecturas audiovisuales, y las defino de este
modo no por presentar ordenadores y tablets que albergan el sentido actual,
sino por la lectura auditiva que necesitaba de mis hermanos cuando no sabía
leer y por la visualización ilustrativa que precisaba para poder entender los
relatos.
Fue de ellos
donde encontré la adoración por Zipi y Zape, Mafalda, o Snoopy y Charlie Brown;
y fue de ellos donde interioricé el valor cooperativo manifestado hacia el más
débil, mostrando un gran interés por leerme todas aquellas narraciones que me
inquietaban cuando ni tan siquiera sabía la representación de las grafías. Y
como no, por invitarme cada noche a aquellas reuniones de hermanos mayores
cuando la más pequeña aún no se percataba ni de la mitad de anécdotas e
indirectas que soltaban por sus bocas.
Sin embargo, y
con un peso considerable, no sólo ellos contribuían en mi estímulo
lectoliterario. De eso también se encargaba ella. La más inquieta, protectora,
cariñosa, amiga y alegre a pesar de todas las adversidades pasadas: mi madre.
De ella me empapé toda la colección de Walt Disney, y a tenor de no tanta efervescencia
los cuadernillos Rubio.
Años después, la
institución educativa no mostraba un interés desbordante por los proyectos
lectoliterarios. No obstante, mi hermana mayor empezó a trabajar en una
librería; cuestión de más para poder seguir de su mano el amor por la lectura.
Fue en esta etapa y de mi gran
admiración por el arte donde empecé a interesarme por cantidad de manuales
ilustrativos y colecciones infantojuveniles basadas en temas de interés y
fomento de valores para los jóvenes.
Recuerdo a mi
madre con un libro abierto en sus manos hablándome de sexualidad o con un
manual de cómo pintar óleo sobre madera para poder iniciarme de manera
autodidacta. Quizás todo ello marcó en mí un antes y un después, y hoy pueda
afirmar que soy quien soy gracias a todos estos recuerdos, todas estas personas y las letras impresas
que iniciaban cada objetivo familiar cuando pretendían instruirme en valores.
Lectura
audiovisual precursora de mi identidad y
lectura audiovisual pionera de la contemporaneidad; un mismo vocablo que
describe diversas vertientes. Y es en la segunda de ellas donde encontramos la
permuta tecnológica que atañe a la literatura actual, que pese a modificar la
manera de leer desde una atractiva y enérgica actuación lectora, es la hoja y
tinta palpable la que impregnan mis manos con asiduidad.
Hola, Pilar.
ResponderEliminarDe todo lo que planteas en tu entrada, me quedo con una cosa que me parece fundamental y muy bonita: la presencia de otros en tu formación lectora. Tu madre, tus hermanos... que todos se hayan volcado así para disfrutar y que disfrutes con la lectura ha tenido que ser una experiencia estupenda.
¡Un saludo!