martes, 23 de febrero de 2016

De la más remota lectura audiovisual


Notas de voz, ricas ilustraciones, estanterías repletas de cómics y colecciones de libros infantojuveniles, juguetes de moda, muñecas de trapo, caridad fraternal. Esta es la visualización diaria que recogen mis recuerdos más valiosos. Y en estos se encuentra el inicio de mi identidad.

Nací en una familia con gran pasión por el arte y por enseñar auténticos valores. Y es de estos últimos donde empezó mi inicio lectoliterario. Recuerdo todas las noches de mi infancia en mi cama, con la luz bien encendida y mis hermanos mayores a mi alrededor, cantando, jugando y leyendo. Sin embargo, la reminiscencia absoluta contempla mis primeras lecturas audiovisuales, y las defino de este modo no por presentar ordenadores y tablets que albergan el sentido actual, sino por la lectura auditiva que necesitaba de mis hermanos cuando no sabía leer y por la visualización ilustrativa que precisaba para poder entender los relatos.

Fue de ellos donde encontré la adoración por Zipi y Zape, Mafalda, o Snoopy y Charlie Brown; y fue de ellos donde interioricé el valor cooperativo manifestado hacia el más débil, mostrando un gran interés por leerme todas aquellas narraciones que me inquietaban cuando ni tan siquiera sabía la representación de las grafías. Y como no, por invitarme cada noche a aquellas reuniones de hermanos mayores cuando la más pequeña aún no se percataba ni de la mitad de anécdotas e indirectas que soltaban por sus bocas.

Sin embargo, y con un peso considerable, no sólo ellos contribuían en mi estímulo lectoliterario. De eso también se encargaba ella. La más inquieta, protectora, cariñosa, amiga y alegre a pesar de todas las adversidades pasadas: mi madre. De ella me empapé toda la colección de Walt Disney, y a tenor de no tanta efervescencia los cuadernillos Rubio.

Años después, la institución educativa no mostraba un interés desbordante por los proyectos lectoliterarios. No obstante, mi hermana mayor empezó a trabajar en una librería; cuestión de más para poder seguir de su mano el amor por la lectura. Fue en esta etapa  y de mi gran admiración por el arte donde empecé a interesarme por cantidad de manuales ilustrativos y colecciones infantojuveniles basadas en temas de interés y fomento de valores para los jóvenes.

Recuerdo a mi madre con un libro abierto en sus manos hablándome de sexualidad o con un manual de cómo pintar óleo sobre madera para poder iniciarme de manera autodidacta. Quizás todo ello marcó en mí un antes y un después, y hoy pueda afirmar que soy quien soy gracias a todos estos recuerdos, todas estas personas y las letras impresas que iniciaban cada objetivo familiar cuando pretendían instruirme en valores.


Lectura audiovisual precursora de mi identidad y  lectura audiovisual pionera de la contemporaneidad; un mismo vocablo que describe diversas vertientes. Y es en la segunda de ellas donde encontramos la permuta tecnológica que atañe a la literatura actual, que pese a modificar la manera de leer desde una atractiva y enérgica actuación lectora, es la hoja y tinta palpable la que impregnan mis manos con asiduidad.

1 comentario:

  1. Hola, Pilar.

    De todo lo que planteas en tu entrada, me quedo con una cosa que me parece fundamental y muy bonita: la presencia de otros en tu formación lectora. Tu madre, tus hermanos... que todos se hayan volcado así para disfrutar y que disfrutes con la lectura ha tenido que ser una experiencia estupenda.

    ¡Un saludo!

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