14
de septiembre de 2124.
No
hay futuro sin un pasado que lo preceda, ni pasado sin un futuro que lo
recuerde. Nada surge de la nada sin que nadie, ni nada, haya dejado caer su
trascendental grano de arena en este orondo y viejo reloj. Así, solamente a veces,
y sin darnos apenas cuenta, viajamos de recuerdo en recuerdo, fardando de lo
que hoy en día disponemos y, al mismo tiempo, anhelando esos granos de arena
que van quedando en el fondo del arcaico reloj.
Pero,
no lo llego a entender; mi precisión no alcanza la total comprensión de lo que
está sucediendo, ¿por qué ahora? ¿Por qué me vienen a la mente estos destellos?
Recuerdo que, durante mi niñez –aunque tal vez algo sobrepasada–, un
sentimiento de incertidumbre vigilaba constantemente mi curiosidad, provocando,
más por impaciencia que por verdadero placer, unas continuas y frustradas
explicaciones que, a pesar de los enormes sacrificios de mi padre, nunca
llegaron a calar en el fondo de mi hueco cerebro. ¿Qué era ese extraño cachivache?
Como por arte de magia, al entrar al despacho de papá, mi mirada siempre
quedaba fijada en el segundo estante del carcomido mueble marrón, herencia del
abuelo. Ahí estaba, dentro de un estuche, algo inclinado para facilitar su
visión. Si no recuerdo mal, en una de aquellas intensas y fracasadas
explicaciones, pude descifrar que ese extraño objeto cambió la vida de mi
abuelo y, seguramente, es la causa de que hoy, en estos momentos, sea capaz de
escribir este diario con ciertos aires de nostalgia. Es curioso, ¿por qué ahora?
Así
es, ahora, casi un siglo después, este lápiz –o así creo que se llamaba la
extraña herramienta del abuelo– vuelve a deshacer su afilada punta en la rugosa
textura del papel. Ahora, ahora que los más afanados coleccionistas suplicarían
de rodillas por hacerse con un artilugio tan sencillo, y al mismo tiempo tan
obsoleto. Es ahora cuando he empezado a recordar aquellas explicaciones de
papá; ahora que el ‘teclado’ mental ha sustituido al incómodo y antiguo teclado
de ordenador, el cual también sustituyó, en su momento, a este bonito lápiz.
Sin duda, ahora, puedo ratificar que nada surge del mero azar y, si hoy
apreciamos nuestro presente, se lo debemos a todos aquellos que han luchado –muchos
de ellos con un simple lápiz– por todo lo que hoy en día nos rodea. En fin,
basta ya de reflexiones. Hoy he decidido escribir este diario a lápiz. Por
suerte, compré hace unos días la última versión de las lentillas CopyandPaste.
Espero que detecten mi desentrenada caligrafía y mi organizador automático
pueda enviar la transcripción digital de estas páginas a mi diario electrónico.
Resulta
bastante obvio el sentimiento de reflexión que hoy inunda mi mente.
Posiblemente, sea consecuencia de la incompetencia que desde hace unos meses
siento en mi puesto de trabajo. ¿Quién diablos programa los drones de
inspección? Acabo de desconectar el aula virtual y no paro de darle vueltas a
la cabeza. ¿En serio creen que voy a utilizar el docente 8.0, el robot
didáctico, en alguna de mis asignaturas? Sinceramente, lo pondré en práctica,
tal vez, en Conocimiento del Medio Digital. Puede resultar de gran ayuda para
poder aprovechar al máximo los escasos 30 minutos de clase. Pero, aún así, lo
veo algo excesivo y un gasto innecesario. Además, todavía estamos probando los
últimos modelos del pupitre electrónico. Por cierto, retomando mis aires
nostálgicos, creo recordar que las clases de mi abuelo tenían una duración de
50 minutos. Quizás, si fuera así, no tendría estos dilemas…
–Esto
es todo estudiantes, aquí tenemos un pequeño fragmento de una de las críticas
más discutidas del siglo XXII– afirmó con su característico entusiasmo digital
el docente 14.0 – ¿Quién quiere aportar su reflexión sobre este escrito?
–Profesor,
desde mi punto de vista… ¡Esperen, que alguien está llamando a la puerta de
casa!– exclamó Hugo mientras se levantaba de su sillón y se alejaba rápidamente
de su escritorio. –Ya estoy aquí. Sinceramente, desde mi punto de vista, por
mucho o poco que nos guste algo, nada permanece en el tiempo con la misma fuerza
con la que lo hizo al principio. Como bien escribió el maestro y autor de este
viejo escrito, la historia de nuestra existencia es como un gran reloj de arena;
un reloj que deja caer, poco a poco, y algunas veces con más cautela que otras,
cada uno de los pequeños granos que lo componen, enterrando, al mismo tiempo, a
todos aquellos que van quedando atrás–comentó Hugo con cierto desahogo.
–Sin
duda Hugo– afirmó el docente 14.0. –No obstante, nunca debemos olvidar
ese pasado, de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí. Pero, ante todo, tampoco
debemos renegar lo que la sociedad actual nos aporta. Un buen maestro debe
adaptarse al contexto del estudiante y hacer todo lo posible para actualizar su
metodología y su forma de afrontar el día a día. Así, y solo así, un docente
podrá aprender de sus antiguos errores y atreverse en el descubrimiento de
nuevas técnicas de trabajo– recalcó firmemente el docente 14.0. –Espero
que lo que hayáis aprendido hoy lo grabéis bien en vuestro disco duro y os
sirva como futuros docentes que sois. Y recordad, si tenéis alguna duda, no dudéis
en usar el holograma de vuestro tutorial watch; os responderé al
instante, con la mayor precisión y brevedad.
Apagando
aula digital en 3, 2, 1…
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